“Aunque la mona se vista de seda, mona se queda” señala un viejo refrán español. Sin atarse a ninguna connotación de género, lo que el dicho quiere significar es que por más que haya maquillaje, lo que marca al personaje o a la situación es su esencia. De otro modo, podría decirse que nunca es el continente lo que condiciona el contenido y menos aún en política. Sin embargo, el Frente de Todos decidió cambiar su nombre, el logotipo y casi nada de los colores aplicando un concepto de marketing conocido como rebranding sobre el que vale preguntarse si le puede servir al oficialismo para remontar a nivel nacional la cuesta del deterioro.
No se trata aquí de seguir la sentencia de Lampedusa de “que todo cambie para que todo siga igual”, sino que la aparición de Unión por la Patria es algo más superficial, frívolo si se quiere. Pese a que hubo críticas desde las formas por la palabra “Patria” asociada a regímenes de derecha o al militarismo o quizás por buscar apropiarse del término para decir que quienes no forman parte son la “antipatria”, lo que en verdad ha sucedido es apenas una renovación de marca, algo muy común en las empresas que creen que por equis circunstancias –los expertos definen ocho- su producto ha empezado a flaquear.
El caso del kirchnerismo en el poder, cuarta temporada, podría quedar fácilmente incurso en el conocido ítem del proceso empresario de identificación de marca que dice que es imperioso llevar adelante un maquillaje de la imagen cuando haya necesidad de apartarse de connotaciones dañinas. Es algo de forma y no de fondo, pero ¿es suficiente en términos políticos o es apenas un truco?
La negatividad de la opinión pública es algo más que cierto tras los últimos cuatro años de graves problemas que se le fueron acumulando al Gobierno por varias y graves circunstancias externas (pandemia, guerra, sequía, etc.) pero, por sobre todo, por la mala praxis amasada en conjunto por la deslucida gestión de Alberto Fernández y por los tironeos ideológicos al que lo sometió su vicepresidenta. Sin embargo, no está demasiado claro si el refresh de marca resultará válido, ya que ¿cuál sería el beneficio de cambiar el estuche sin cambiar el producto interior y sobre todo sus consecuencias, las mismas que han traído al país hasta acá?
Otra dificultad que atenta contra la iniciativa es preguntarse de qué sirven los cambios si esa identificación externa tiene un elemento indeleble que no puede ser sometido a rebranding alguno: Cristina Kirchner. La pregunta que se impone desde el ángulo político es saber si lo que se busca con la marca Unión por la Patria es recuperar adherentes o solamente salvarla a ella del descascaramiento generalizado.
Su discurso del jueves pasado en Santa Cruz probablemente apuntó en ese mismo sentido: “a mí no me miren”, pareció decir. “Los que están en el Gobierno” deslizó. Un día antes, Máximo Kirchner solamente se hizo cargo de la elección del Presidente que hizo su madre cuatro años antes y adelantó –casi como si se lo hubieran dictado desde el Instituto Patria- lo que dijo Cristina un día después. En un mensaje del PJ bonaerense se preocupó por volver a instalar la idea de la “proscripción” de parte del “partido (poder) Judicial”, otro viejo truco que no cambia ni siquiera variando el envase: la victimización, en este caso endilgándosela a la denuncia que iba a hacer el dúo Fernández-Daniel Scioli si no les daban cabida apropiada en las PASO.
Del resto del tobogán, ni hablar. Es justamente todo ese contenido el que el rebranding busca tapar con el cambio de cara: la sustitución de importaciones, la falta de dólares, el gasto público que se cree infinito, la súper-inflación consecuente, la cristalización de la pobreza y el deterioro de los servicios públicos, comenzando por la seguridad. En tanto, el país languidece en medio de un proceso de estancamiento productivo que lleva más de una década, mientras el PBI per cápita se ha caído como un piano (-16%) a contramano de lo que ocurrió en el resto de América latina, por ejemplo.
En el comunicado de las omisiones, el líder de La Cámpora se hizo lugar sólo para poner sobre la mesa la conocida tirria verbal del kirchnerismo hacia el Fondo Monetario, tema que retomó la vicepresidenta un día después con toda la furia. Los dichos del mensaje de Cristina siguen siendo “Macri y el Fondo son los culpables porque endeudaron al país en 45 mil millones de dólares sólo para permitir la fuga de capitales”. Para ella, sería más que oscuro explicar que la deuda se originó en los sucesivos déficits que contrajo la Argentina en sus dos períodos de gobierno y que el exceso de gasto es la razón que lleva a que hoy el endeudamiento (en este caso con los nacionales, en pesos y ajustable) siga creciendo arriba de los U$S 2.500 millones mensuales, mientras la emisión de dinero sigue sin cortarse.
Es en este contexto en el que aparece Sergio Massa, ministro de Economía y a la vez precandidato a Presidente, no el más querido por el kirchnerismo duro por cierto, quien debería viajar a Washington la semana próxima para pelear no sólo contra el staff del FMI, sino contra los fantasmas del viaje a China y contra el lastre de los dichos de la Jefa que él justificará como parte de la interna. Allí, espera pagar la cuota del trimestre con el desembolso que hará el propio organismo si la Argentina aprueba el examen del trimestre o si los países que lo manejan deciden hacer la vista gorda. Massa quería que le adelanten los dos trimestres que faltan en este año y se jugó operando a parte de la prensa con un OK que está en veremos.
Para conseguir la venia del organismo, el ministro, quien se ha autodefinido “mendigo”, tendrá que explicar además allí cómo se puede salir del atolladero haciendo siempre lo mismo. Moraleja sobre el rebranding: por más que lo vistas de seda, si el producto está rancio no hay cómo mejorarlo.